10 jun 2009

Una joven nación, una joven democracia

A lo largo de la historia, se dice han existido gobiernos excepcionales en México y años después, han sido calificados como inmejorables. Dos de ellos se distinguen por sus características: el de Juárez y el de Cárdenas. El primero, el del Lic. Benito Pablo Juárez García, una de las mentes más privilegiadas que ha tenido el país, ha sido considerado como una de los más grandiosos. Su mandato fue uno de los más visionarios y sus ideas fueron más allá de las de sus contemporáneos; el país tuvo la suerte de que fuese presidente de la república, en los años de la invasión francesa. Quién sabe que hubiese pasado de lo contrario. Sin embargo la grandeza de su obra y su pensamiento no deja de ser causar controversia; Juárez deseaba modernizar al país, en el mejor de los sentidos y volteó su vista al único país que podría ayudarle: Los EEUU. Juárez veía a la sociedad norteamericana como el ideal a seguir, no como un proyecto de sumisión al todopoderoso, sino como el camino más viable para llevar al pueblo mexicano hacia la justicia y el bienestar económico que tanto anhelaba.
Aunque nunca confió del todo en los norteamericanos, llegó a firmar tratados donde arrendaba parte del territorio mexicano al gobierno de los EEUU, con el propósito de lograr el cambio que deseaba para el país (No estamos hablando del llamado tratado McLane-Ocampo). Juárez no deseaba continuar más con la clara división de castas entre criollos e indígenas e instó a estos últimos, a dejar atrás su pasado y sumarse al progreso y bienestar de la vida moderna. Juárez mismo reconoció públicamente su debilidad por el traje de levita, al que calificaba como su único pecado. Jamás volvió a usar el pantalón y camisa de manta, como el resto de los indígenas. Un libro altamente recomendado sobre estas etapas y otras de la vida del benemérito, es el de José Manuel Villalpando; una excelente visión equilibrada de un Juarez de “carne y hueso”, no como el mito en que lo han convertido.

El pensamiento de Juárez no estuvo libre del rechazo y la crítica de opositores y enemigos. Hasta la fecha sigue siendo un tema de discusión y seguramente tardará unos años más estudiándosele. Resulta extraño, por decir lo menos que hoy se tome a su figura como emblemática del movimiento de izquierda, si más bien representaría, ideales que van en otro contrario. Para citar las palabras textuales del libro Manuel Villalpando: “Juárez no era de izquierda…” No obstante la figura de Juárez sigue siendo trascendental para entender la vida política de México. Su legado está claro. No fue un hombre perfecto. Las evidencias están a la vista. Fue el hombre adecuado que por fortuna el destino puso al frente del país. Nada más, ni nada menos. No se trata de endiosarlo y convertirlo en mito, pero tampoco satanizarlo.

El caso del General Cárdenas también resulta curioso, pues en su momento tampoco tenía el reconocido como el que tiene hoy. Tuvo poderosos enemigos en su época y más de alguno lo tachó de socialista, a pesar de su visón más bien romántica y paternalista del país. Con un estilo sui-generis, Cárdenas hablaba de la llamada educación socialista. Nunca fue realmente fue así, pues meses después terminó por desdibujarse y concluyó con el ofrecimiento gubernamental de una versión más “suavizada” de la educación; pero el hecho es que se construyó una imagen del maestro mucho más elaborada. El profesor por ejemplo, era algo más que un simple medio de transmisión de conocimientos. Se trataba de una persona que era vista con respeto, con confianza y digno del más alto sentimiento de reconocimiento social. En el maestro, la sociedad veía al prócer, al héroe, a una persona preparada, culta, que merecía respeto. Era la época donde un marcado nacionalismo cubría todas las áreas de la sociedad y del gobierno. Se estaba construyendo una nación. Recuerdo una vieja anécdota de mi padre, cuando éste acostumbrada ir al cine: decía que una vez concluida la película y llegado el intermedio, las luces se encendían y en ese momento el profesor de la escuela convenientemente ataviado, se ponía de pie mirando hacia el público, en busca de cualquiera chiquillo que se atreviera a poner el desorden en la sala. Nadie cometía tal osadía, pues sabían de las consecuencias que tendrían al día siguiente en el salón de clase. Era la figura paternal y de autoridad del profesor de aquella época.

Así nuestra nación con altibajos, épocas gloriosos y por qué no decirlo, con grandes errores, sigue caminando y busca quien sabe si conscientemente o no, una mejor calidad de vida para sus ciudadanos. Los tropiezos parecen repetirse y la desesperación es evidente. El enorme mosaico cultural que compone el México de inicios del siglo XXI, es monstruosamente avasallador. La multitud de caracteres, intereses y complejidades es enorme. Se trata de un pueblo lleno de tradiciones, de esperanza, de frustraciones y de mucho dolor.

Alguna vez escuché decir que México como país, era uno muy joven; de hecho se le comparaba con un adolescente. Vivimos en un país adolescente y como todos ellos, están confundidos (como dijera una buena amiga). Es de esperarse entonces que nuestra incipiente democracia se encuentre en las condiciones de todos conocida. Como país la mayoría no sabemos todavía qué queremos. Como país aún estamos en una búsqueda y pareciera, como los adolescentes, que ni siquiera estamos seguros de lo que tenemos y deseamos. Nos envalentonamos, nos arriesgamos, nos arrepentimos, pero siempre estamos dispuestos a creer. Somos admiradores de héroes, de superhombres, de personajes que habrán de venir a salvarnos de las garras de los malhechores, de los caciques, de los malvados; sin saber que al igual que el adolescente, somos nosotros y sólo nosotros quienes debemos resolver nuestros problemas. Tomar en las manos de cada uno nosotros los compromisos que tengamos y arriesgarnos a crecer… a dejar de ser menores de edad y a asumir de esta manera como toda persona adulta, las consecuencias de nuestros actos.

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