Hace algunos días se celebró en México el día del maestro; costumbre arraigada en nuestro país desde 1917. Es una fecha importante que invita a la comunidad en general a recordar uno de los oficios más nobles del quehacer mundial: la educación. Mucho ha cambiando las características del profesor desde aquel lejano inicio del siglo XX. En aquel entonces se intentaba la construcción de un nuevo país. El sistema político mexicano estaba en plena revolución y aún vendría la fase más complicada con la reconstrucción política y social, fase histórica del México post-revolucionario nada sencilla para los ciudadanos del aquella época. El maestro hacía su mejor esfuerzo en condiciones económicas muy limitadas.
Hoy las cosas han cambiado. El maestro tiene otra cara. Un buen amigo y profesor, influido quizá por el pensamiento de otros tiempos, decía que el profesor debía ser aquel personaje de andar cansado y lerdo, que deambula por los caminos polvorientos, cargando de libros, con el solo propósito de llevar la educación a quien la necesita. Actualmente la dinámica social no permite una visión tan romántica del trabajo docente. Hoy se requiere un profesor decidido, preparado, comprometido, consciente de los nuevos retos a los que se enfrenta. No basta sólo una visión soñadora. Ésta puede ser el motor para impulsar su trabajo, pero no será suficiente debido a las condiciones tan inequitativas que el profesor tiene por delante. Una época con grandes avances en la electrónica, la comunicación y la informática; una época donde el profesor debe competir en con la televisión (que a veces parece “educar” mejor), con el nintendo, el teléfono celular, el ipod y toda una serie de dispositivos electrónicos que pueden desbancar el trabajo docente, si caemos en excesos.
Hoy vivimos una época donde la información está al alcance prácticamente de todos; el conocimiento puede obtenerse con sólo apretar un botón. Vivimos en un periodo donde se puede tener acceso a la biblioteca mundial: Internet. Como en ningún otro momento, la sociedad está bombardeada de información; sin embargo el trabajo del profesor en esencia, continúa siendo el mismo. El papel del docente ya no puede reducirse al de aquel viejo profesor descrito en la película de Simitrio: valeroso, idealista, estoico. Una concepción cuasi-apostólica del quehacer educativo.
Hoy el papel profesor es más bien el de un líder; el de una persona cuya opinión debiera ser obligado escuchar, que usa las nuevas tecnologías de la informática y comunicación, que se comunica a través internet y que forma redes de conocimiento con sus colegas. Por supuesto es válido el maestro luchar por sus derechos laborales; es válido que aspire a una vida digna; pero carece de sentido cuando so pretexto de una contienda laboral, afecte a quienes dice son la razón más importante de su trabajo: los alumnos. En el ámbito público, el Estado debiera garantizar las condiciones apropiadas para una educación de calidad. La responsabilidad es de uno y otro lado; profesores y gobierno. No se trata que uno suplante o abuse del otro. Se trata de una responsabilidad compartida. Con presupuestos tan onerosos en rubros tan discutibles como las campañas políticas, resultan muy comprensibles las condiciones tan deficientes en materia educativa. Si bien es cierto que el dinero no lo es todo, también es cierto que sin dinero se puede hacer muy poco. Se requieren prepuestos tan grandes o tan pequeños, como se piense deba ser el futuro de este país. Debemos continuar apostándole a la educación. Debemos seguir luchando para encontrar una fórmula que permita un equilibrio entre cada uno de las áreas que viven del presupuesto. No podemos dejar en manos del destino una labor tan delicada y que consume tantos años.
Con educación hay más probabilidades de crear una sociedad más justa. Sin educación hay más posibilidades de crear una sociedad dependiente, rijosa y desequilibrada. De nada sirve exigirle al maestro una preparación cívica y ética de sus estudiantes, para después por falta de presupuesto, planeación y compromiso, enviar a cientos de sus jóvenes, muchos de ellos muy talentosos, a engrosar las filas del desempleo. El profesor, especialmente el universitario, trata de convencer a sus estudiantes con argumentos, con esperanza, para que tengan vocación de servicio y lealtad a su país; les dice que siempre habrá un mañana para ellos; difícil, complejo sí, pero con grandes expectativas para quien esté dispuesto a afrontar los restos que les esperan. No obstante si los profesores, y el Estado en todas sus áreas de responsabilidad, no están dispuestos a ver más allá de sus proyectos personales o de grupo, el futuro de México no será nada promisorio.
Hoy se requieren proyectos transexenales, de largo plazo, incluyentes de las nuevas generaciones. Estamos a tiempo para reorganizar con el apoyo de todas las fuerzas políticas del país, el futuro de este país. Estamos a tiempo para escuchar a todas las voces ciudadanas y lograr mediante el consenso y la buena fe, el desarrollo de aquellos proyectos que más beneficien a la nación. No podemos esperar a que otros países son sigan rebasando y quedar sencillamente como espectadores del acontecer mundial. Tenemos que invertir en educación. Con los candados y compromisos que sean necesarios. De lo contrario seguiremos construyendo una sociedad utópica, extraña, enrarecida, en la cual, como dijera Arturo Pérez-Reverte el escritor español, “recibamos una educación de caballeros, para vivir en un mundo de canallas”.
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