17 jun 2009

El país que merecemos

Se acercan las elecciones intermedias en el panorama social del país. Crecen las dudas. Crecen las especulaciones y crecen los desencantos. La oferta política a muy pocos deja satisfechos. Los ciudadanos nos enfrentamos a la complicada decisión de votar, no votar o anular el voto. Los partidos políticos ofrecen su mejor cara, incluso en contra del sentido común. En tiempos de campaña es siempre mucho lo que se ofrece. En tiempos del mandato es poco lo que se cumple. Independientemente de la responsabilidad de cada una de las organizaciones políticas, corresponde al ciudadano de a pie, valorar, ponderar las propuestas y hacer un esfuerzo, no siempre fácil, para diferenciar de una enorme cantidad de discursos, aquellos proyectos que la experiencia puede avalar verdaderamente su cumplimiento. Los mexicanos nos hemos acostumbrado a escuchar en esta época electoral, las más increíbles aseveraciones, ciertas o no, con el único objetivo de descalificar al contrincante. Poco importa ofrecer argumentos, razones; basta con mencionar verdades a medias, hechos poco fundamentados, para sustentar plataformas.

“El pueblo tiene los gobernantes que se merecen”, dice la voz popular. Durante un buen tiempo lo acepté como un argumento contundente. Los años pasaron y esa aseveración parecía fortalecerse. Hasta un momento donde las cosas no encajaban más y de ser una frase con tintes verdaderos, se convirtió en una de ropajes falsos ¿Es posible que los gobernantes que dirigen este país sean los auténticamente representantes del sentir de la sociedad? Las evidencias apuntaban a que esa frase no era tan cierta. Fue entonces cuando escuché una frase de Carlos Monsiváis que decía: “los pueblos tienen los gobiernos, que no pueden evitar”. Su sencillez y precisión me dejó nuevamente satisfecho y las cosas volvieron a su lugar. La definición orientaba muy bien mi sentir de aquellos días. Una vez más quedé conforme y mi vida siguió adelante.

Después de algún tiempo, la aseveración de Monsiváis que tanta tranquilidad me había dado, resulto insostenible; creía absurdo que como ciudadanos, no pudiéramos evitar la aparición de condiciones de gobierno, no aceptadas por todos. Si el sistema social nos ha repetido en multitud de ocasiones que somos nosotros los habitantes de este país quienes mandamos ¿cómo era posible que con el voto, no pudiésemos evitar un gobierno contrario a nuestros intereses? Nació entonces una afirmación que brotó con fuerza propia: “los pueblos tiene el gobiernos que se merecen… la mayoría”. A partir de entonces y después de analizar el entorno con la capacidad que limita mi persona, los hechos parecen confirmarlo. Cito algunos ejemplos para intentar demostrar mi tesis:

En algún reportaje en televisión noté que un reportero al preguntarle a un comerciante acerca del origen de la mercancía que estaba ofreciendo en un mercado de la ciudad de México, éste le respondió, ante la evidencia de que se trataba de artículos robados, que él (el comerciante) “no robaba”, que compraba “chueco”, pero no era un asaltante, ni ladrón…

En otra ocasión un grupo de comerciantes del primer cuadro de la ciudad de Morelia, en ese entonces ocupando plazas y andadores, ante la inminencia de la autoridad para reubicarlos y limpiar el aspecto del centro histórico, afirmaron que estaban dispuestos en cada uno de sus establecimientos situados al aire libre, incluso, a “pagar la luz que consumían…”

En otra reportaje también de un grupo de locatarios, se manifestaban en contra de la autoridad capitalina del D.F., porque aseguraban se estaban violando sus derechos como trabajadores del comercio ambulante. Entonces la cámara de TV hizo una toma en uno de los puestos del los quejosos donde había un enorme letrero que decía “respeto al estado de derecho”, pero dicho letrero estaba sobre una mesa llena de CDs piratas…

Ni se pretende ni es suficiente con estos ejemplos, estudiar con detalle el fenómeno social que ocurre en nuestro país. El asunto es mucho más complejo. Sólo quizá preguntar: ¿Qué clase de país queremos la mayoría de los mexicanos? ¿Queremos un país de leyes o un país donde la ley se aplique en todos lados menos donde no convenga? ¿Queremos una ley para unos y otra diferente para aquellos que pueden pagar por ella? La ley puede ser imperfecta, tener errores, limitaciones y tal vez sus alcances no sean los deseamos; sin embargo, es la ley que tenemos y se vuelve necesario cumplirla. Si no estamos de acuerdo porque pensemos que es una ley demasiado injusta o imprecisa, pues entonces ¡cambiémosla! Pero mientras eso ocurre, esa es la ley y tenemos la obligación de cumplirla. No podemos reclamar como ciudadanos, derechos que justamente nos pertenecen, y por otro esperar que se nos permita infringir la ley, aunque sea “un poquito”. Total como dice el refrán popular “¿qué tanto es tantito?”

10 jun 2009

Una joven nación, una joven democracia

A lo largo de la historia, se dice han existido gobiernos excepcionales en México y años después, han sido calificados como inmejorables. Dos de ellos se distinguen por sus características: el de Juárez y el de Cárdenas. El primero, el del Lic. Benito Pablo Juárez García, una de las mentes más privilegiadas que ha tenido el país, ha sido considerado como una de los más grandiosos. Su mandato fue uno de los más visionarios y sus ideas fueron más allá de las de sus contemporáneos; el país tuvo la suerte de que fuese presidente de la república, en los años de la invasión francesa. Quién sabe que hubiese pasado de lo contrario. Sin embargo la grandeza de su obra y su pensamiento no deja de ser causar controversia; Juárez deseaba modernizar al país, en el mejor de los sentidos y volteó su vista al único país que podría ayudarle: Los EEUU. Juárez veía a la sociedad norteamericana como el ideal a seguir, no como un proyecto de sumisión al todopoderoso, sino como el camino más viable para llevar al pueblo mexicano hacia la justicia y el bienestar económico que tanto anhelaba.
Aunque nunca confió del todo en los norteamericanos, llegó a firmar tratados donde arrendaba parte del territorio mexicano al gobierno de los EEUU, con el propósito de lograr el cambio que deseaba para el país (No estamos hablando del llamado tratado McLane-Ocampo). Juárez no deseaba continuar más con la clara división de castas entre criollos e indígenas e instó a estos últimos, a dejar atrás su pasado y sumarse al progreso y bienestar de la vida moderna. Juárez mismo reconoció públicamente su debilidad por el traje de levita, al que calificaba como su único pecado. Jamás volvió a usar el pantalón y camisa de manta, como el resto de los indígenas. Un libro altamente recomendado sobre estas etapas y otras de la vida del benemérito, es el de José Manuel Villalpando; una excelente visión equilibrada de un Juarez de “carne y hueso”, no como el mito en que lo han convertido.

El pensamiento de Juárez no estuvo libre del rechazo y la crítica de opositores y enemigos. Hasta la fecha sigue siendo un tema de discusión y seguramente tardará unos años más estudiándosele. Resulta extraño, por decir lo menos que hoy se tome a su figura como emblemática del movimiento de izquierda, si más bien representaría, ideales que van en otro contrario. Para citar las palabras textuales del libro Manuel Villalpando: “Juárez no era de izquierda…” No obstante la figura de Juárez sigue siendo trascendental para entender la vida política de México. Su legado está claro. No fue un hombre perfecto. Las evidencias están a la vista. Fue el hombre adecuado que por fortuna el destino puso al frente del país. Nada más, ni nada menos. No se trata de endiosarlo y convertirlo en mito, pero tampoco satanizarlo.

El caso del General Cárdenas también resulta curioso, pues en su momento tampoco tenía el reconocido como el que tiene hoy. Tuvo poderosos enemigos en su época y más de alguno lo tachó de socialista, a pesar de su visón más bien romántica y paternalista del país. Con un estilo sui-generis, Cárdenas hablaba de la llamada educación socialista. Nunca fue realmente fue así, pues meses después terminó por desdibujarse y concluyó con el ofrecimiento gubernamental de una versión más “suavizada” de la educación; pero el hecho es que se construyó una imagen del maestro mucho más elaborada. El profesor por ejemplo, era algo más que un simple medio de transmisión de conocimientos. Se trataba de una persona que era vista con respeto, con confianza y digno del más alto sentimiento de reconocimiento social. En el maestro, la sociedad veía al prócer, al héroe, a una persona preparada, culta, que merecía respeto. Era la época donde un marcado nacionalismo cubría todas las áreas de la sociedad y del gobierno. Se estaba construyendo una nación. Recuerdo una vieja anécdota de mi padre, cuando éste acostumbrada ir al cine: decía que una vez concluida la película y llegado el intermedio, las luces se encendían y en ese momento el profesor de la escuela convenientemente ataviado, se ponía de pie mirando hacia el público, en busca de cualquiera chiquillo que se atreviera a poner el desorden en la sala. Nadie cometía tal osadía, pues sabían de las consecuencias que tendrían al día siguiente en el salón de clase. Era la figura paternal y de autoridad del profesor de aquella época.

Así nuestra nación con altibajos, épocas gloriosos y por qué no decirlo, con grandes errores, sigue caminando y busca quien sabe si conscientemente o no, una mejor calidad de vida para sus ciudadanos. Los tropiezos parecen repetirse y la desesperación es evidente. El enorme mosaico cultural que compone el México de inicios del siglo XXI, es monstruosamente avasallador. La multitud de caracteres, intereses y complejidades es enorme. Se trata de un pueblo lleno de tradiciones, de esperanza, de frustraciones y de mucho dolor.

Alguna vez escuché decir que México como país, era uno muy joven; de hecho se le comparaba con un adolescente. Vivimos en un país adolescente y como todos ellos, están confundidos (como dijera una buena amiga). Es de esperarse entonces que nuestra incipiente democracia se encuentre en las condiciones de todos conocida. Como país la mayoría no sabemos todavía qué queremos. Como país aún estamos en una búsqueda y pareciera, como los adolescentes, que ni siquiera estamos seguros de lo que tenemos y deseamos. Nos envalentonamos, nos arriesgamos, nos arrepentimos, pero siempre estamos dispuestos a creer. Somos admiradores de héroes, de superhombres, de personajes que habrán de venir a salvarnos de las garras de los malhechores, de los caciques, de los malvados; sin saber que al igual que el adolescente, somos nosotros y sólo nosotros quienes debemos resolver nuestros problemas. Tomar en las manos de cada uno nosotros los compromisos que tengamos y arriesgarnos a crecer… a dejar de ser menores de edad y a asumir de esta manera como toda persona adulta, las consecuencias de nuestros actos.

3 jun 2009

¿Hacia un mundo de canallas?

Hace algunos días se celebró en México el día del maestro; costumbre arraigada en nuestro país desde 1917. Es una fecha importante que invita a la comunidad en general a recordar uno de los oficios más nobles del quehacer mundial: la educación. Mucho ha cambiando las características del profesor desde aquel lejano inicio del siglo XX. En aquel entonces se intentaba la construcción de un nuevo país. El sistema político mexicano estaba en plena revolución y aún vendría la fase más complicada con la reconstrucción política y social, fase histórica del México post-revolucionario nada sencilla para los ciudadanos del aquella época. El maestro hacía su mejor esfuerzo en condiciones económicas muy limitadas.

Hoy las cosas han cambiado. El maestro tiene otra cara. Un buen amigo y profesor, influido quizá por el pensamiento de otros tiempos, decía que el profesor debía ser aquel personaje de andar cansado y lerdo, que deambula por los caminos polvorientos, cargando de libros, con el solo propósito de llevar la educación a quien la necesita. Actualmente la dinámica social no permite una visión tan romántica del trabajo docente. Hoy se requiere un profesor decidido, preparado, comprometido, consciente de los nuevos retos a los que se enfrenta. No basta sólo una visión soñadora. Ésta puede ser el motor para impulsar su trabajo, pero no será suficiente debido a las condiciones tan inequitativas que el profesor tiene por delante. Una época con grandes avances en la electrónica, la comunicación y la informática; una época donde el profesor debe competir en con la televisión (que a veces parece “educar” mejor), con el nintendo, el teléfono celular, el ipod y toda una serie de dispositivos electrónicos que pueden desbancar el trabajo docente, si caemos en excesos.

Hoy vivimos una época donde la información está al alcance prácticamente de todos; el conocimiento puede obtenerse con sólo apretar un botón. Vivimos en un periodo donde se puede tener acceso a la biblioteca mundial: Internet. Como en ningún otro momento, la sociedad está bombardeada de información; sin embargo el trabajo del profesor en esencia, continúa siendo el mismo. El papel del docente ya no puede reducirse al de aquel viejo profesor descrito en la película de Simitrio: valeroso, idealista, estoico. Una concepción cuasi-apostólica del quehacer educativo.

Hoy el papel profesor es más bien el de un líder; el de una persona cuya opinión debiera ser obligado escuchar, que usa las nuevas tecnologías de la informática y comunicación, que se comunica a través internet y que forma redes de conocimiento con sus colegas. Por supuesto es válido el maestro luchar por sus derechos laborales; es válido que aspire a una vida digna; pero carece de sentido cuando so pretexto de una contienda laboral, afecte a quienes dice son la razón más importante de su trabajo: los alumnos. En el ámbito público, el Estado debiera garantizar las condiciones apropiadas para una educación de calidad. La responsabilidad es de uno y otro lado; profesores y gobierno. No se trata que uno suplante o abuse del otro. Se trata de una responsabilidad compartida. Con presupuestos tan onerosos en rubros tan discutibles como las campañas políticas, resultan muy comprensibles las condiciones tan deficientes en materia educativa. Si bien es cierto que el dinero no lo es todo, también es cierto que sin dinero se puede hacer muy poco. Se requieren prepuestos tan grandes o tan pequeños, como se piense deba ser el futuro de este país. Debemos continuar apostándole a la educación. Debemos seguir luchando para encontrar una fórmula que permita un equilibrio entre cada uno de las áreas que viven del presupuesto. No podemos dejar en manos del destino una labor tan delicada y que consume tantos años.

Con educación hay más probabilidades de crear una sociedad más justa. Sin educación hay más posibilidades de crear una sociedad dependiente, rijosa y desequilibrada. De nada sirve exigirle al maestro una preparación cívica y ética de sus estudiantes, para después por falta de presupuesto, planeación y compromiso, enviar a cientos de sus jóvenes, muchos de ellos muy talentosos, a engrosar las filas del desempleo. El profesor, especialmente el universitario, trata de convencer a sus estudiantes con argumentos, con esperanza, para que tengan vocación de servicio y lealtad a su país; les dice que siempre habrá un mañana para ellos; difícil, complejo sí, pero con grandes expectativas para quien esté dispuesto a afrontar los restos que les esperan. No obstante si los profesores, y el Estado en todas sus áreas de responsabilidad, no están dispuestos a ver más allá de sus proyectos personales o de grupo, el futuro de México no será nada promisorio.

Hoy se requieren proyectos transexenales, de largo plazo, incluyentes de las nuevas generaciones. Estamos a tiempo para reorganizar con el apoyo de todas las fuerzas políticas del país, el futuro de este país. Estamos a tiempo para escuchar a todas las voces ciudadanas y lograr mediante el consenso y la buena fe, el desarrollo de aquellos proyectos que más beneficien a la nación. No podemos esperar a que otros países son sigan rebasando y quedar sencillamente como espectadores del acontecer mundial. Tenemos que invertir en educación. Con los candados y compromisos que sean necesarios. De lo contrario seguiremos construyendo una sociedad utópica, extraña, enrarecida, en la cual, como dijera Arturo Pérez-Reverte el escritor español, “recibamos una educación de caballeros, para vivir en un mundo de canallas”.