Se acercan las elecciones intermedias en el panorama social del país. Crecen las dudas. Crecen las especulaciones y crecen los desencantos. La oferta política a muy pocos deja satisfechos. Los ciudadanos nos enfrentamos a la complicada decisión de votar, no votar o anular el voto. Los partidos políticos ofrecen su mejor cara, incluso en contra del sentido común. En tiempos de campaña es siempre mucho lo que se ofrece. En tiempos del mandato es poco lo que se cumple. Independientemente de la responsabilidad de cada una de las organizaciones políticas, corresponde al ciudadano de a pie, valorar, ponderar las propuestas y hacer un esfuerzo, no siempre fácil, para diferenciar de una enorme cantidad de discursos, aquellos proyectos que la experiencia puede avalar verdaderamente su cumplimiento. Los mexicanos nos hemos acostumbrado a escuchar en esta época electoral, las más increíbles aseveraciones, ciertas o no, con el único objetivo de descalificar al contrincante. Poco importa ofrecer argumentos, razones; basta con mencionar verdades a medias, hechos poco fundamentados, para sustentar plataformas.
“El pueblo tiene los gobernantes que se merecen”, dice la voz popular. Durante un buen tiempo lo acepté como un argumento contundente. Los años pasaron y esa aseveración parecía fortalecerse. Hasta un momento donde las cosas no encajaban más y de ser una frase con tintes verdaderos, se convirtió en una de ropajes falsos ¿Es posible que los gobernantes que dirigen este país sean los auténticamente representantes del sentir de la sociedad? Las evidencias apuntaban a que esa frase no era tan cierta. Fue entonces cuando escuché una frase de Carlos Monsiváis que decía: “los pueblos tienen los gobiernos, que no pueden evitar”. Su sencillez y precisión me dejó nuevamente satisfecho y las cosas volvieron a su lugar. La definición orientaba muy bien mi sentir de aquellos días. Una vez más quedé conforme y mi vida siguió adelante.
Después de algún tiempo, la aseveración de Monsiváis que tanta tranquilidad me había dado, resulto insostenible; creía absurdo que como ciudadanos, no pudiéramos evitar la aparición de condiciones de gobierno, no aceptadas por todos. Si el sistema social nos ha repetido en multitud de ocasiones que somos nosotros los habitantes de este país quienes mandamos ¿cómo era posible que con el voto, no pudiésemos evitar un gobierno contrario a nuestros intereses? Nació entonces una afirmación que brotó con fuerza propia: “los pueblos tiene el gobiernos que se merecen… la mayoría”. A partir de entonces y después de analizar el entorno con la capacidad que limita mi persona, los hechos parecen confirmarlo. Cito algunos ejemplos para intentar demostrar mi tesis:
En algún reportaje en televisión noté que un reportero al preguntarle a un comerciante acerca del origen de la mercancía que estaba ofreciendo en un mercado de la ciudad de México, éste le respondió, ante la evidencia de que se trataba de artículos robados, que él (el comerciante) “no robaba”, que compraba “chueco”, pero no era un asaltante, ni ladrón…
En otra ocasión un grupo de comerciantes del primer cuadro de la ciudad de Morelia, en ese entonces ocupando plazas y andadores, ante la inminencia de la autoridad para reubicarlos y limpiar el aspecto del centro histórico, afirmaron que estaban dispuestos en cada uno de sus establecimientos situados al aire libre, incluso, a “pagar la luz que consumían…”
En otra reportaje también de un grupo de locatarios, se manifestaban en contra de la autoridad capitalina del D.F., porque aseguraban se estaban violando sus derechos como trabajadores del comercio ambulante. Entonces la cámara de TV hizo una toma en uno de los puestos del los quejosos donde había un enorme letrero que decía “respeto al estado de derecho”, pero dicho letrero estaba sobre una mesa llena de CDs piratas…
Ni se pretende ni es suficiente con estos ejemplos, estudiar con detalle el fenómeno social que ocurre en nuestro país. El asunto es mucho más complejo. Sólo quizá preguntar: ¿Qué clase de país queremos la mayoría de los mexicanos? ¿Queremos un país de leyes o un país donde la ley se aplique en todos lados menos donde no convenga? ¿Queremos una ley para unos y otra diferente para aquellos que pueden pagar por ella? La ley puede ser imperfecta, tener errores, limitaciones y tal vez sus alcances no sean los deseamos; sin embargo, es la ley que tenemos y se vuelve necesario cumplirla. Si no estamos de acuerdo porque pensemos que es una ley demasiado injusta o imprecisa, pues entonces ¡cambiémosla! Pero mientras eso ocurre, esa es la ley y tenemos la obligación de cumplirla. No podemos reclamar como ciudadanos, derechos que justamente nos pertenecen, y por otro esperar que se nos permita infringir la ley, aunque sea “un poquito”. Total como dice el refrán popular “¿qué tanto es tantito?”
“El pueblo tiene los gobernantes que se merecen”, dice la voz popular. Durante un buen tiempo lo acepté como un argumento contundente. Los años pasaron y esa aseveración parecía fortalecerse. Hasta un momento donde las cosas no encajaban más y de ser una frase con tintes verdaderos, se convirtió en una de ropajes falsos ¿Es posible que los gobernantes que dirigen este país sean los auténticamente representantes del sentir de la sociedad? Las evidencias apuntaban a que esa frase no era tan cierta. Fue entonces cuando escuché una frase de Carlos Monsiváis que decía: “los pueblos tienen los gobiernos, que no pueden evitar”. Su sencillez y precisión me dejó nuevamente satisfecho y las cosas volvieron a su lugar. La definición orientaba muy bien mi sentir de aquellos días. Una vez más quedé conforme y mi vida siguió adelante.
Después de algún tiempo, la aseveración de Monsiváis que tanta tranquilidad me había dado, resulto insostenible; creía absurdo que como ciudadanos, no pudiéramos evitar la aparición de condiciones de gobierno, no aceptadas por todos. Si el sistema social nos ha repetido en multitud de ocasiones que somos nosotros los habitantes de este país quienes mandamos ¿cómo era posible que con el voto, no pudiésemos evitar un gobierno contrario a nuestros intereses? Nació entonces una afirmación que brotó con fuerza propia: “los pueblos tiene el gobiernos que se merecen… la mayoría”. A partir de entonces y después de analizar el entorno con la capacidad que limita mi persona, los hechos parecen confirmarlo. Cito algunos ejemplos para intentar demostrar mi tesis:
En algún reportaje en televisión noté que un reportero al preguntarle a un comerciante acerca del origen de la mercancía que estaba ofreciendo en un mercado de la ciudad de México, éste le respondió, ante la evidencia de que se trataba de artículos robados, que él (el comerciante) “no robaba”, que compraba “chueco”, pero no era un asaltante, ni ladrón…
En otra ocasión un grupo de comerciantes del primer cuadro de la ciudad de Morelia, en ese entonces ocupando plazas y andadores, ante la inminencia de la autoridad para reubicarlos y limpiar el aspecto del centro histórico, afirmaron que estaban dispuestos en cada uno de sus establecimientos situados al aire libre, incluso, a “pagar la luz que consumían…”
En otra reportaje también de un grupo de locatarios, se manifestaban en contra de la autoridad capitalina del D.F., porque aseguraban se estaban violando sus derechos como trabajadores del comercio ambulante. Entonces la cámara de TV hizo una toma en uno de los puestos del los quejosos donde había un enorme letrero que decía “respeto al estado de derecho”, pero dicho letrero estaba sobre una mesa llena de CDs piratas…
Ni se pretende ni es suficiente con estos ejemplos, estudiar con detalle el fenómeno social que ocurre en nuestro país. El asunto es mucho más complejo. Sólo quizá preguntar: ¿Qué clase de país queremos la mayoría de los mexicanos? ¿Queremos un país de leyes o un país donde la ley se aplique en todos lados menos donde no convenga? ¿Queremos una ley para unos y otra diferente para aquellos que pueden pagar por ella? La ley puede ser imperfecta, tener errores, limitaciones y tal vez sus alcances no sean los deseamos; sin embargo, es la ley que tenemos y se vuelve necesario cumplirla. Si no estamos de acuerdo porque pensemos que es una ley demasiado injusta o imprecisa, pues entonces ¡cambiémosla! Pero mientras eso ocurre, esa es la ley y tenemos la obligación de cumplirla. No podemos reclamar como ciudadanos, derechos que justamente nos pertenecen, y por otro esperar que se nos permita infringir la ley, aunque sea “un poquito”. Total como dice el refrán popular “¿qué tanto es tantito?”