Después de la contingencia y a la luz de los hechos descarnados, la influenza parece habernos dejado algunas lecciones. Si bien es cierto que un microorganismo (si es), no puede reducirse a una serie de hechos confiables y predecibles, parece estar bajo un cierto control. A medida que pase el tiempo, este virus se adaptará a las nuevas condiciones y terminará por convertirse en uno más de los virus que nos atacan en una gripe normal.
Uno hecho que parece estar claro, por extraño e insólito que parezca, diría Juan José Arreola, es que debemos volver a los hábitos básicos de higiene, los cuales nunca debieron perderse y hoy gracias a la presencia de virus de la influenza, nos obliga a recordar y a reforzar: lavarse las manos, no estornudar sin protección, cubrirse la boca cuando se padezca un enfermedad respiratoria para evitar el contagio hacia quienes nos rodean, cuidar a los más pequeños y evitar enviarlos a la escuela cuando se encuentren enfermos, etc. En resumen: volver a los hábitos mínimos de higiene siempre sabidos, que no son nuevos, pero olvidados momentáneamente a causa de nuestra agitada vida moderna.
Independientemente de este tipo de detalles mínimos provocados por el virus, aparecieron otros iguales o más peligrosos. Uno de ellos es la desconfianza. Esa peculiar característica de los mexicanos, quizá justificada, pero que no aporta nada a la ya precaria situación económica del país. Como consecuencia de las pasadas elecciones federales del 2006, el pueblo mexicano se encuentra dividido en al menos dos grandes porciones: quienes apoyan al Calderón, y quienes no. En función de esta característica, los mexicanos hemos pasado de la incredulidad respecto de la existencia de la gripe, a consideraciones tales como que, las cosas fueron apresuradas y las medidas adoptadas “no eran para tanto”; y se dice, llevaron a la ya de por sí debilitada economía del país, a una condición tal que ha entrado en recesión; otros por el contrario (incluso apoyadas por voces del exterior) afirman que México actúo tardíamente y debió tomar medida al menos un mes antes de aquel fatídico 23 de abril. Unos y otros dan sus argumentos, pero ninguno parece darse cuenta que tomar medidas en medio de una contingencia, donde la falta de conocimiento y los antecedentes conocidos, generan situaciones verdaderamente complicadas. Las críticas a posteriori, si bien pudieran tener un cierto sustento, resultan inútiles. Un sistema de gobierno frente a un problema de contagio, hace muy difícil pensar tan lúcidamente como se quisiera. Se toman las medidas consideradas pertinentes, con la información con la que se tenga, probablemente insuficiente, pero única. Así pues resulta complicado dar gusto a todos. Se tiene que tomar una determinación, basada en la mayoría de atributos al alcance y se espera que funcione. No hay alternativa.
No obstante se vuelve indispensable revisar los sistemas de alerta epidemiológica. Fue notorio, aceptado incluso por Calderón, que dichos mecanismos no funcionaron adecuadamente. Éstos deben analizarse con miras a mejorarlos, modificarlos y actualizarlos. La mayoría de los científicos coinciden en que la epidemia actual, pudiera no ser la esperada. El virus de la influenza A H1N1, no es quien se pensaba que atacaría al planeta. Las evidencias recopiladas y la historia reciente, muestran más bien la posible llegada de un tipo muy similar al de la gripe aviar: la influenza AH5N1. Este virus atacó a la población mundial en 1918 (en la llamada gripe española), en 1957 y en 1968; fue transmitida y llevada a todo el planeta por aves. La experiencia parecen advertir presencia de un virus con dichas características, y no del tipo H1N1.
Así las cosas, los epidemiólogos de la OMS, los mexicanos incluidos, están atentos. El destino coloca una vez más a México en una situación privilegiada: haber sufrido una epidemia relativamente benigna, pero suficiente para evidenciar las condiciones riesgo a la exposición de un brote de dichas características y acumular experiencia. De nosotros depende aprovechar esta experiencia. De nosotros depende no entrar en confrontaciones estériles. De no mezclar aspectos políticos, que nos lleven a ahondar más todavía las diferencias de la población. De hacer más grandes los rencores provocados por las elecciones del 2006, donde a la mayoría no quedó satisfecha. Las campañas políticas ya están en marcha y siempre existe la posibilidad, que comiencen los insultos, las diatribas y la competencia entre los partidos por ver qué cuál de ellos es más corrupto.
Con la experiencia de México en la epidemia, hay bases para ser optimistas y considerar que estaremos mejor preparados para afrontar una pandemia. Como siempre el destino del país está en nuestras manos.