Eran dos jóvenes discípulos del
lamasterio de la región. Uno se llamaba Kein y otro, Vigo. Como era de
esperarse, estos jóvenes debían ayudar en las tareas del monasterio y un día el
maestro encargado de las labores cotidianas, les pidió a estos jóvenes que fueran
al pueblo a comprar provisiones. Así lo hicieron. Tomaron una carreta y se
marcharon.
A medio camino sentado en un
puente, encontraron a un anciano de cara noble y modales amistosos, que al verlos les
preguntó:
- “¿A dónde se dirigen, jóvenes
lamas?”
A lo cual los muchachos
respondieron: - “Vamos al pueblo a comprar alimento para el monasterio,
venerable anciano”
-“Muy bien”- Les respondió el
viejo y agregó: -“Vayan por el camino de la vereda y no usen el camino
principal, pues están asaltando a los caminantes”-
- “Así lo haremos venerable
anciano. Gracias por su consejo”- Dijo Kein con respeto y agradecimiento
Los muchachos tomaron el camino
alterno tal como sugirió el anciano. A los pocos metros de la vereda, unos
hombres se descolgaron de los árboles y comenzaron a golpearlos; los despojaron
de la carreta, de sus pertenecías y del dinero que se les había sido entregado
para la compra de los víveres. Desconsolados y llenos de golpes, los dos
jóvenes regresaron al monasterio. Al llegar se dirigieron con el maestro que
les había hecho el encargo. Narraron lo que había pasado y entonces, el
maestro le preguntó a uno de ellos:
- “De este suceso ¿Tú que
aprendiste, Vigo?”-
Vigo respondió: “A no confiar en
los extraños”.
Entonces se viró hacia Kein y le
preguntó:
“¿Y tú qué aprendiste?”
Kein le respondió: “ A esperar lo
inesperado ”
El maestro se volteó hacia Vigo y
le dijo: -“Ve a tus aposentos y mañana, cuando hayas descansado lo suficiente,
te irás del monasterio”
-“Y ¿Cuándo regresaré?”- Preguntó
Vigo
El maestro respondió: “A
esta casa, ya nunca”
No hay comentarios:
Publicar un comentario