24 feb 2015

KEIN


Eran dos jóvenes discípulos del lamasterio de la región. Uno se llamaba Kein y otro, Vigo. Como era de esperarse, estos jóvenes debían ayudar en las tareas del monasterio y un día el maestro encargado de las labores cotidianas, les pidió a estos jóvenes que fueran al pueblo a comprar provisiones. Así lo hicieron. Tomaron una carreta y se marcharon.

A medio camino sentado en un puente, encontraron a un anciano de cara noble y modales amistosos, que al verlos les preguntó:  

- “¿A dónde se dirigen, jóvenes lamas?”
A lo cual los muchachos respondieron: - “Vamos al pueblo a comprar alimento para el monasterio, venerable anciano”

-“Muy bien”- Les respondió el viejo y agregó: -“Vayan por el camino de la vereda y no usen el camino principal, pues están asaltando a los caminantes”-
- “Así lo haremos venerable anciano. Gracias por su consejo”- Dijo Kein con respeto y agradecimiento

Los muchachos tomaron el camino alterno tal como sugirió el anciano. A los pocos metros de la vereda, unos hombres se descolgaron de los árboles y comenzaron a golpearlos; los despojaron de la carreta, de sus pertenecías y del dinero que se les había sido entregado para la compra de los víveres. Desconsolados y llenos de golpes, los dos jóvenes regresaron al monasterio. Al llegar se dirigieron con el maestro que les había hecho el encargo. Narraron lo que había pasado y entonces, el maestro le preguntó a uno de ellos:

- “De este suceso ¿Tú que aprendiste, Vigo?”-
Vigo respondió: “A no confiar en los extraños”.

Entonces se viró hacia Kein y le preguntó: 
“¿Y tú qué aprendiste?”
Kein le respondió: “ A esperar lo inesperado

El maestro se volteó hacia Vigo y le dijo: -“Ve a tus aposentos y mañana, cuando hayas descansado lo suficiente, te irás del monasterio”
-“Y ¿Cuándo regresaré?”- Preguntó Vigo
El maestro respondió: “A esta casa, ya nunca”