25 mar 2015

Cuando me amé de verdad


Escrito por Charles Chaplin

Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.

24 feb 2015

KEIN


Eran dos jóvenes discípulos del lamasterio de la región. Uno se llamaba Kein y otro, Vigo. Como era de esperarse, estos jóvenes debían ayudar en las tareas del monasterio y un día el maestro encargado de las labores cotidianas, les pidió a estos jóvenes que fueran al pueblo a comprar provisiones. Así lo hicieron. Tomaron una carreta y se marcharon.

A medio camino sentado en un puente, encontraron a un anciano de cara noble y modales amistosos, que al verlos les preguntó:  

- “¿A dónde se dirigen, jóvenes lamas?”
A lo cual los muchachos respondieron: - “Vamos al pueblo a comprar alimento para el monasterio, venerable anciano”

-“Muy bien”- Les respondió el viejo y agregó: -“Vayan por el camino de la vereda y no usen el camino principal, pues están asaltando a los caminantes”-
- “Así lo haremos venerable anciano. Gracias por su consejo”- Dijo Kein con respeto y agradecimiento

Los muchachos tomaron el camino alterno tal como sugirió el anciano. A los pocos metros de la vereda, unos hombres se descolgaron de los árboles y comenzaron a golpearlos; los despojaron de la carreta, de sus pertenecías y del dinero que se les había sido entregado para la compra de los víveres. Desconsolados y llenos de golpes, los dos jóvenes regresaron al monasterio. Al llegar se dirigieron con el maestro que les había hecho el encargo. Narraron lo que había pasado y entonces, el maestro le preguntó a uno de ellos:

- “De este suceso ¿Tú que aprendiste, Vigo?”-
Vigo respondió: “A no confiar en los extraños”.

Entonces se viró hacia Kein y le preguntó: 
“¿Y tú qué aprendiste?”
Kein le respondió: “ A esperar lo inesperado

El maestro se volteó hacia Vigo y le dijo: -“Ve a tus aposentos y mañana, cuando hayas descansado lo suficiente, te irás del monasterio”
-“Y ¿Cuándo regresaré?”- Preguntó Vigo
El maestro respondió: “A esta casa, ya nunca”