Durante muchos años a los mexicanos nos han acostumbrado a ver a la historia de forma muy parcializada. Los personajes pertenecen a dos bandos únicamente: o son héroes, o son villanos; o les debemos la vida o son los causantes de las más grandes traiciones del país. Esa versión simplista de la vida de México es no sólo falsa, sino además dañina. La razón pudiese estar relacionada con la manera limitada como acostumbramos a nuestra mente a entender el devenir histórico, político social del país.
Cuando éramos pequeños las cosas solían ser realmente simples; la vida se dividía en sólo dos aspectos: bueno y malo. Así nos decían nuestros padres y maestros, las mariposas eran buenas y las arañas eran malas; los pajarillos eran buenos y buitres eran malos; las palomas eran buenas y las serpientes eran malas. Esa dicotomía formada toda la razón de ser del universo y respondía perfectamente a nuestras expectativas. El mundo era fácil de explicar. En principio y a la edad en la que cursábamos el kínder y la primaria, esta manera de explicar la naturaleza era válida, pero a medida que crecemos resulta insuficiente y perjudicial. Igual sucedía con los conocimientos que adquiríamos en la secundaria y quizá en la preparatoria: las respuestas a los enigmas del universo, o la explicación acerca del comportamiento de los animales o la manera como funcionaba una célula, tenían respuestas precisas, sin lugar para la discusión y totalmente asertivas. El grado de confort era más que evidente.
Esa forma de concebir el mundo pudiera no ser tan importante; pero esa costumbre de fuimos adquiriendo cuando pequeños o durante los primeros años de la escuela, es muy poco recomendable y dista mucho de ser la apropiada para formar personas maduras. Es tal el arraigo que tenemos en nuestra forma de entender la realidad, que poco a poco vamos integrando a nuestra persona conceptos, ideas, teorías, que distorsionan peligrosamente la conciencia de los mexicanos.
En la edad adulta una parte importante de la población continúa pensando prácticamente igual como en sus primeros años. Concibe a la sociedad y en especial a la vida política del país en el mismo sentido. Así por ejemplo los partidos políticos o algún miembro o representante de ellos, sólo tiene dos posibilidades: o es héroe y defensor de las grandes causas, o es un traidor a quien hay que rechazar por estar contra la población. No crecemos intelectualmente y seguimos esperando que alguien venga a salvarnos, pues no existe la posibilidad de que salgamos adelante por nosotros mismos.
Los líderes de opinión o funcionarios de primer o último nivel, son tamizados por el mismo filtro: se trata de que sean superhombres o supermujeres libres de toda maldad y prácticamente sin ningún defecto, o son traidores y representantes de los intereses más mezquinos. Así nos han enseñando: no hay medias tintas, las personas son o no son; están a favor o están en contra. No hay puntos intermedios.
Como consecuencia las decepciones no se dejan esperar. Los hombres y las mujeres que tienen una cierta obligación pública, se ven amenazados por esta forma tan simplista y reduccionista de ver la realidad. No significa que no deba exigirse a un funcionario público los deberes y obligaciones a las que se comprometió, sino que es tal el escenario creado que resulta en ocasiones muy difícil, complacer a todos y a todas. Ese es el problema. Nuestros índices de aprobación no toleran la más mínima desviación, o somos por el contrario, demasiado holgados en las exigencias.
Nadie nos ha dicho y en ocasiones no estamos dispuestos a asumirlo, que nadie más que nosotros debemos ponderar el trabajo de un funcionario, pero aquilatando todos los factores que rodean una un ejercicio; llámese funcionario, profesor, presidente o líder. Los seres humanos somos más complejos y la sociedad más todavía, pues está hecho de personas que sienten, se estimulan, cambian y se arrepienten y claro, es posible que se equivoquen, debido a esta manera de concebir la realidad, que no siempre estamos dispuestos a admitirlo.
La vida nos ha demostrado desde hace años que no existe una forma simple y clara para conformar una sociedad, en especial una que se ha vuelto tan complejo como las de estos días.